La llama, de Arturo Barea

Publicado 20 febrero, 2018 por Marhya en Cultura, Literatura, Reseñas / 0 Comments


La llama, de Arturo Barea, es la tercera y última entrega de su trilogía autobiográfica La forja de un rebelde. De las anteriores, La forja y La ruta, ya os hablé hace unos días. Esta parte de las memorias del autor la escribió durante sus años de exilio en Oxford. La melancolía, la tristeza y el pesimismo con que, en gran medida, está teñida la historia, se entiende sabiendo cómo ocurrieron las cosas y cuándo fue escrita.

Esta entrega comienza antes del estallido de la Guerra Civil española, aunque es esta la que ocupa la mayor parte del libro. Arturo tiene ya una edad, no es feliz con su matrimonio y lleva una vida bastante común en una posición en cierto modo acomodada gracias a su trabajo en la oficina de patentes.

En el tiempo previo a la guerra ya se vislumbran los conflictos sociales y se respira en el aire que algo va a terminar pasando. En el pequeño pueblo cerca de la capital en el que compra una casa para que su mujer y sus hijos vivan a diario y a la que se traslada cada fin de semana, las cosas están muy revueltas. La agresividad y la falta de humanidad de muchos humanos empieza a rezumar.

Arturo, de buena posición económica en ese momento, y afiliado a UGT por ideales y convicción comienza siendo aceptado en los dos locales del pueblo; el casino de los ricos y el de los pobres. Hasta que en un momento dado, ideologías y vidas enfrentadas, acaba siendo expulsado del primero. No parece que a él le importe mucho en lo personal, pero es una muestra de la intolerancia y de la radicalidad que se va acercando. Hasta que el golpe de estado fallido de Franco desemboca en una guerra civil cruenta, sucia, amarga y terrible.

El sitio de Madrid, los muertos (sobre todo los niños muerto cuyas caritas vio y que no puede apartar de sus pesadillas nocturnas y sus pensamientos por el día), la crueldad, el hambre, la esperanza y la desesperanza, los voluntarios extranjeros, los bombardeos, la locura y la depresión, la ansiedad, las luchas intestinas, el abandono de los gobernantes hacia el pueblo… Los gobiernos de los países que no quisieron intervenir y parar los pies al fascismo (y luego se las vieron en una guerra no menos cruenta)…

No quiero concretar nada porque la generalidad es de todo sabidas y para la concreción lo mejor es leer La llama.

Desde su puesto como censor de los corresponsales extranjeros en Madrid, Arturo asiste a todo perplejo, sumido en un estado de ansiedad, alejado de sus hijos. Solo la presencia de Ilse (la que luego sería su segunda esposa) le hace vivir. Porque la desilusión, el ver cómo las divisiones en su propio bando y la ambición humana ponen la cabeza del pueblo en bandeja al que, a la postre, sería el dictador, amenazan con acabar con él.

No es una lectura agradable, no. La guerra y las vidas reales en ella nunca lo son. La guerra de verdad es fría, es dura, huele mal, duele, hiere, mata, desgarra, pudre a las personas, humaniza a unas y deshumaniza a otras… Eso es la guerra.

En fin, como he mencionado hablando de las anteriores entregas de la trilogía, no es lectura para todo el mundo. Pero si crees que si es lectura para ti, anímate con ella. No hay que olvidar las cosas como fueron ni creer esa historia ficción que ahora algunos cuentan en la que se inventan pasajes entero años enteros, vidas enteras para acomodarlo a su presente y futuro como mejor encaja.

La llama es triste y dura, si. También es real como la vida misma. Y solo por eso y ya merece la pena.

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