Olentzero no había estado tan limpito y aseado en los últimos 364 días. Aunque seguía oliendo al humo de la pipa que no dejaba de fumar y también un poco a carbón, se había lavado profusamente con una cazuela de agua calentada en la estufa (de carbón, ¡pues claro!) y su espesa barba y su pelo mal cortado chorreaban dejando un charquito junto a al chimenea.
También Astotxo estaba más limpio que el resto de días del año, aunque él no se había lavado con agua caliente, sino retozando en la nieve limpia de lo alto de la montaña. Sus alforjas no tenían ni rastro de carbón ni de carbonilla, ni siquiera una de esas piedritas negras y brillantes que algunos decían que dejaban los Reyes Magos junto a las botas de los niños que no se habían portado bien. Y sus enormes orejotas de borriquillo entrado en años lucían tan tersas como hermoso su pelaje grisáceo.
Abajo, en el valle, las chimeneas de las casas apenas se vislumbraban entre la niebla del atardecer invernal, pero Astotxo ya se podía imaginar que allí olería a caldos densos y reconfortantes, a castañas asadas, a cazuelas de sopa preparada por las abuelas con leche y nueces y a pan horneándose lentamente. Seguro que los niños cuando salieran a recibirles le tendrían guardados buenas porciones de pan y castañas recién asadas y calentitas, con ese punto dulce de las que crecían en el bosque. Para Astotxo eran las más suculentas de las golosinas y unidas a las caritas de felicidad de los pequeños, a sus ojillos ilusionados y sus sonrisas francas, hacían que aquel fuera, sin duda, siempre, el mejor día del año.
Olentzero, mientras cargaba las alforjas de Astotxo con juguetes, regalos y caramelos, también pensaba en lo que le esperaría en el valle. Pero él más que pensar en castañas y pan recién horneado pensaba en enormes tinajas de buen vino, suculentos capones asados con manzanas silvestres o grandísimas cazuelas de bacalao en salsa. Después de que su saco sin fondo hubiese repartido todo los regalos que tenía para repartir (y este año parecía que si no más valiosos, al menos si eran más en cantidad), se pasearía por varios caseríos y alguna taberna, para celebrar el fin el trabajo bien hecho y disfrutar, como a él le gustaba, de una buena comilona regada con mejor vino.
Olentzero llevaba días soñando con peroles repletos de compota de manzana, endulzada con miel (y si tenía suerte y caía en una casa con posibles, enriquecida con nueces o almendras), con platos de sustanciosa sopa cana y altas ollas llenas de berzas con los avíos del cerdo. ¡Se iba a poner las botas! Astotxo tendría que ayudarle después a subir montaña arriba, porque su ya de por si enorme barrigota estaría repleta antes del amanecer.
Mientras, en la plaza del pueblo, ardía una enorme hoguera alrededor de la que los niños jugaban, bailaban y cantaban, esperando la llegada del glotón carbonero, su burro y los regalos de Nochebuena. “Olentzero, buru handía, entendimentu…”
Marhya te deseo que si Olentzero pasa por tu casa sea generoso en regalos, seguro que pasará y entrará, ya que es tan amigo de los buenos guisos. FELIZ NAVIDAD Y MIS MEJORES DESEOS PARA EL NUEVO AÑO.
¡Muchas gracias, Lucero! Espero que también entre en tu casa y te traiga mucha paz y felicidad.
Besos.
Precioso. Qué riqueza de tradiciones tenemos ¿verdad?
Besotes.
¡Si, y están para disfrutarlas! 😉
un beso.