Hoy quiero hablaros de la cocina en la novela Vida de una geisha, de la que os hablé hace unos días. La verdad es que al ser una autobiografía y estar ambientada en un lugar que se me antoja exótico (Japón) esperaba que se diese un poco más de cancha al tema gastronómico; qué se comía/servía en esas cenas y banquetes en que participaban las geishas, detalles sobre la ceremonia del té… pero no, la verdad es que no se le da la relevancia que yo esperaba y que encontré en alguna otra novela ambientada en Japón, como fue el caso de “Flores y sombras“. Pese a ello, si que hay algunas referencias culinarias que quiero mencionar y que he dejado anotadas en mi libreta de recetas de cocina.
Hay un plato que se menciona al menos dos veces en el libro, y que supongo por el contexto que era una comida común de días especiales; el arroz con dorada y judías rojas. No sé exactamente cómo será el plato tradicional, yo me imagino que las judías rojas serán más parecidas a los azukis que a las judías grandes tradicionales de España, pero no lo sé porque se menciona de pasada sin aportar más datos. Los tres ingredientes por separado me gustan, pero lo cierto es que pensar en ellos juntos no hace que me parezca un plato apetecible, ni mucho menos.
El principio de la historia es la primera niñez de la autora y protagonista, cuando aún vivía en casa de sus padres. En un momento dado leemos que comían bolas de arroz pero hay un momento en que si se dan más detalles de la comida, que en esa escena se utiliza para consolarla a ella, una niña aún pequeña. “Mi madre logró sacarme de la oscuridad al tentarme con mi comida favorita, un delicioso onigri de atún, una especie de bocadillo de arroz con algas por fuera y un sabroso relleno que , por lo general, suele ser de ciruelas o de salmón, aunque yo prefería aquel de migas de atún seco“.
En otros momentos habla de pasada sobre la comida de las geishas anterior a un época, durante la dura 2ª Guerra Mundial (“Subsistieron a base de una dieta frugal compuesta de tubérculos y una insípida papilla hecha con agua, sal y un poco de cereales“). O sobre los hábitos alimenticios de las geishas en el día a día (“Comíamos los tradicionales alimentos japoneses, es decir arroz, pescados y verduras, y sólo probábamos los platos occidentales, como carne y helado, cuando, en ocasiones especiales, íbamos a un restaurante elegante. El almuerzo constituía el sustento principal de la dieta, ya que las geiko no pueden comer en exceso antes de sus funciones nocturnas“).
Entre los platos que se nombran, siempre de pasada, y que ya tengo anotados en mi libreta están las almejas (del Canal de Kioto) para la sopa de miso o los ochobo (un pequeño caramelo con una protuberancia roja que evoca el pezón de un pecho joven).
Este último ha sido el único descubrimiento de la cocina japonesa que me ha aportado este libro.