Una de mis autoras preferidas es LaVyrle Spencer. En casi todas sus novelas la comida tiene presencia como parte de la cotidianeidad de los personajes, y también como reflejo de su cultura, sus costumbres, su estatus social o su personalidad. En la novela “Los dulces años”, como en tantas otras de ella, ocurre así.
La novela comienza en 1917, en una pequeña población de Dakota del Norte (Álamo) habitada casi en su totalidad por emigrantes noruegos y los descendientes de éstos, en una comunidad rural. Mientras en Europa la Gran Guerra tiene lugar, en álamo la vida transcurre con las habituales preocupaciones en torno a la familia, la tierra y los animales de las granjas. A este lugar llega la joven Linnea Brambdomberg quien con 18 años va a tomar posesión de su primer trabajo como maestra de la escuela local. Es una muchacha alegre, cargada de sueños e ilusiones.
Durante muchos años el maestro se ha alojado en casa de los Westward; en ella viven Theodore, de 34 años, su hijo Kristian de 16 y la anciana madre del primero, Nissa. Albergar a una joven no parece algo muy apropiado, piensa Theodore, pero Linnea no piensa volverse por donde ha venido y gracias al apoyo de la anciana Nissa se queda en aquel lugar tan diferente a su casa, en cierta manera inhóspito y bastante duro.
En la granja la mayor parte de la comida que se prepara tiene que ver con la tradición gastronómica noruega, muy poco adaptada a las costumbres culinarias estadounidenses y marcada por los productos del lugar primero y después por el racionamiento al que obliga la guerra.
A lo largo de sus páginas podemos encontrar platos que para Linnea pueden ser tan exóticos como extraños o desconocidos, como el áspic de tomate, el Lutefisk (algo así como pescado blanco cocinado con sosa) o el fattigman (una especie de galleta tradicional que se cocina frita y no en el horno). Y otros que le son más cercanos como los bombones de menta o los emparedados.
En la novela pasamos de encontrar platos más o menos sustanciosos y especiales como el pavo acompañado con patatas aplastadas, maíz gratinado, guisantes en crema espesa y una deliciosa ensalada de manzana y nueces con crema batida, con otras más sobrias y marcadas por el racionamiento, como el pastel de manzanas sin azúcar. Todo ello con otros platos más cotidianos como el budín de pan, los filetes (de ternera) en salsa, el chocolate a la taza, la sopa de verduras, el pollo fricasé, las costillas de cerdo rellenas, los panecillos de nuez o el pastel de avellanas que podemos encontrar en diferentes escenas de esta bella historia.
Este es el primer libro que leí de LAvyrle Spencer y me enamoró pero si me preguntaran por un solo plato de los que salen en la historia no me acordaría…ni siquiera me había dado cuenta de que la mayoría son prpios de la cocina noruega. Un beso
Lola, yo es que creo que lo mío empieza a rozar la obsesión, jajaja.
Besitos.
Qué no, mujer…;)
jajaja 😉