En “Aquel país lejano” (aquí), la maravillosa novela de Nevil Shute, la comida tiene un lugar muy destacado. Y es que es el modo más claro de mostrar al lector la enorme diferencia, el abismal contraste, entre la Inglaterra y la Australia de postguerra. Corren los años 1950 y 1951, y mientras el país europeo está sumido en una profunda crisis y la reconstrucción es lenta, difícil y pesada, con racionamiento y restricciones, con muchos de sus habitantes pasando necesidad y pensando seriamente en emigrar, Australia es un país boyante donde la comida abunda, el dinero se mueve y es lugar de acogida de mano trabajadora de diversos lugares del mundo.
Jenny, la protagonista, es una joven inglesa que con la muerte de su abuela (por inanición) recibe un dinero inesperado para que viaje a Australia con el fin de ver si podría vivir allí, donde parece que las necesidades básicas siempre están cubiertas y la vida es mucho mejor que en la Inglaterra de postguerra.
Cuando Jenny descubre que su abuela está muriendo de hambre no lo puede creer. La última vez que la visitó la abuela Ethel preparó pato asado, pastel de picadillo y una tarta de frutas. La realidad es que ya casi no tenía nada, la pensión que recibía como viuda de militar desapareció y había vendido muchas de sus pertenencias. De una sobrina que se casó con un australiano recibe periódicamente cartas y paquetes de frutas secas, su único alimento en los últimos tiempos. En la última carta que llega desde Australia llega un cheque con dinero; demasiado tarde para Ethel pero a tiempo para Jenny. La abuela imagina Australia como la Inglaterra de su juventud (la de las grandes fiestas, las debutantes presentadas en la corte, los criados y los coches de caballo) e insta a la chica a viajar allí.
Cuando Ethel muere, su yerno Edward (el padre de Jenny) descubre ordenando las cosas de la anciana un viejo cuaderno manuscrito. Era un cuaderno de cocina que la madre de Ethel la había regalado como motivo de su boda, en junio de 1893 y en el que le había escrito algunas recetas; después la propia Ethel había ido añadiendo otras nuevas. Al mirar por encima el cuaderno, Edward es consciente de lo mucho que la vida ha cambiado desde los tiempo de sus padres o suegros a los de su hija. En el libro lee “Pastel de la Tía Hester (muy bueno). Coger dos libras de mantequilla de Jersey, dos libras del mejor azúcar en polvo, medio litro de caramelo, media libra de harina, 18 huevos, tres libras de pasas de Corinto, tres libras de sultanas, una libra y media de frutas escarchadas, media libra de almendras dulces peladas, piel rallada de dos limones, un poco de nuez moscada, una onza de especies y media pinta de coñac…” y aún la receta termina con un “…cubrir con una capa de azúcar y almendras, espesa y transparente. Adornarlo luego con merengue a gusto de cada uno”. Edward está atónito y compara los ingredientes del pastel con la vida que le toca vivir; dos libras de mantequilla es la ración para 8 semanas de una persona, la cantidad de huevos corresponde al racionamiento individual de cuatro meses, las pasas de corinto y las sultanas hacía años que él no las veía…
Edward, atónito, sigue hojeando el cuaderno de cocina de su suegra. En una de las páginas lee “Para almorzar, bacon y huevos. Para cuatro personas se sirven 8 huevos o más, si hay hombres con buen apetito, y una libra de tocino entreverado cortado en lonjas…” y en otra “Filetes con cebollas. Se cogen tres libras de filetes… “ cuando él recuerda bien que hace 12 años que no prueba los filetes con cebollas y piensa que su hija Jenny, a sus 24 años, seguramente no los ha comido nunca (y más adelante descubriremos que ni siquiera en la mayor parte de restaurantes, salvo los muy elitistas, sirven filetes de carne en Londres). Y es ahí donde decide que a pesar de ser su única hija (ya que sus dos hijos varones murieron en la guerra) seguramente esté mejor en Australia, en la otra punta del mundo, que en Inglaterra junto a él.
Jenny descubre que Australia además de estar al otro lado del mundo es, en lo que a disponibilidad de comida se refiere, otro mundo: un lugar donde la gente se hace rica gracias a los altos precios de la lana y la carne es tan abundante y barata que la gente puede hartarse a degustarla en comidas y cenas sin darle la menor importancia, un lugar donde se cocinan las chuletas directamente sobre una parrilla en el fuego cuando se va a pescar al río (ella nunca había probado la comida cocinada así) y donde comer filetes es de lo más normal, un país donde se desayuna (sin pensar en ello) huevos, y riñones a la parrilla y bacon, donde el carnero frío acompañado de ensalada se cena cada día del verano, donde a los picnic se lleva un exceso de pasteles de carne y salchichas fritas, donde casi a diario se disfruta de tartas de mermelada y de trozos de queso para acompañar a las ensaladas, donde la cerveza jamás falta.
Dos mundos opuestos; la abundancia y la escasez, el derroche y el racionamiento que se ve en diferente aspectos de la vida cotidiana pero, muy especialmente, en el ánimo colectivo de la población y en la comida.
Marhya. Como siempre nos estimulas las ganas de leer. Perdona si he estado tan ausente en tu blog, sobre todo considerando que tu siempre has estado ahi para mi. Te lo agradezco de todo corazón, de verdad.
Un abrazo fuerte.
Tranquila, guapa, entre el verano, las vacaciones y todo lo que cada uno tenemos, demasiado. Además que ya te he visto toda trabajadora para la nueva imagen de tu blog.
Besos!!
Marhya realmente me has sorprendido!! No se de dónde sacas las ideas, pero te felicito, porque te lo has currado un montón para ésta primera entrada te pongo….. un diez!! Un besazo!
¡Cómo me quieres!!! Me van a subir los colores. Me alegro que te haya gustado, guapa.
¡Un beso y feliz fin de semana!
Cocina y literatura fusionadas en un libro solo puede producir una cosa: interés. ¿Sabes que el movimiento “Pásalo” de Jamie Oliver, del que hablo en mi última entrada y que está dentro del Ministry of Food, puede tener algo que ver con alguna secuencia de la novela? Terminada la Segunda Guerra Mundial, debido al hambre y a la escasez de alimentos, se creó el “ministry of food” bajo la premisa del “pásalo”: amas de casa experimentadas en la cocina enseñaban a otras personas a cocinar, bajo la intención de pasar esa receta a otras personas.
Pero bueno, eso es otra historia, y en la sinopsis del libro del que nos hablas ocurren muchas más.
Un beso y feliz puente.
Yolanda, creo que no tiene que ver con ninguna pero sin me recuerda un poco a la novela de Jojo Moyes (basada en un episodio real de la vida de su abuela) en que recién terminada la 2ªGM muchas mujeres que se habían casado en Australia con soldados ingleses durante la misma, viajaban hasta Londres en barco para reencontrarse con sus maridos y durante el viaje se las enseñaba a adaptarse y a cocinar con casi nada, pues ellas no habían pasado hambre ni restricciones fuertes y Londres todavía era caótico y faltaba mucho de casi todo.
Un beso.
Me parece muy interesante lo que nos cuentas en esta entrada. Desde luego las cantidades que usaban para algunas recetas eran sorprendentes y no me extraña la sorpresa de quién observe un contraste tan grande con la escasez de la posguerra.
Observar la escasez desde la abundancia puede conmover, pero conocer la abundancia desde la escasez debe de ser terrible y llenarte de preguntas sobre por qués.
Besos.
No conozco la novela que comentas, pero sin duda, tras la guerra, hambre se encontraba en cada esquina.
Un beso.
La novela se llama “El viaje de las novias”. TE dejo el enlace a lo que escribí cuando la leí: http://enmilbatallas.com/2009/06/07/el-viaje-de-las-novias-de-jojo-moyes/