Después de escribir hace unas semanas (aquí) sobre la cocina en tiempos de penurias, he seguido investigando un poco más al respecto, leyendo y escuchando a quienes pasaron tiempos tan difíciles que ojala nunca nos toque vivir a nosotros.
* Sucedáneos del café: Éste, por supuesto, ni se veía, ni se olía, ni se cataba salvo contadas personas que no perdieron (o que ganaron entonces) sus privilegios y se podían conceder lujos mientras el resto moría de hambre (literalmente en muchas ocasiones, por desgracia). Pero los sucedáneos que se preparaban en el puchero en la mayor parte de hogares y cantinas conformaba mal que bien al personal: cebada tostada (vamos, el malte que aún hoy se comercializa en casi cualquier supermercado), achicoria, cáscaras de cacahuete tostadas (los afortunados, torrefactadas, es decir, tostadas con azúcar) y otros mejunjes oscuros y cocidos en agua.
* Cáscaras de naranjas: Por alguna razón que aún no he descubierto (sería interesante si alguien lo sabe que nos lo contara), las naranjas eran un alimento más o menos habitual de la postguerra civil española, al menos en algunas zonas. En varias ocasiones he oído contar de algún joven (y algún otro no tan joven) con ciertos posibles que se divertía tirando a los niños más pobres las cáscaras de las naranjas que se comía para ver cómo se abalanzaban, hambrientos, a por ellas, momento en que aprovechaba para darles pescozones o patadas en el trasero a los pequeños, tan divertido debían parecerles las penurias ajenas.
Pero las cáscaras de naranjas en manos de una mujer imaginativa podían transformarse en un manjar, a menudo en una especie de tarta dulce con una pasta de cereales y la parte blanca de la cáscara aromatizada con la piel en finas tiras.
* Tordos: Viendo lo que comen los tordos, no me comería uno a no ser que me estuviese muriendo de hambre, pero sobre todo en zonas rurales era uno de los grandes lujos de las mesas de posguerra. A menudo era trabajo de los niños cazarlos con tirachinas y después de desplumarlos y limpiarlos se cocinaban lentamente, durante largo tiempo, para que no resultasen duros. Una preparación habitual era escabechados, pues era una buena forma de ablandarlos al tiempo que se conservaban en buenas condiciones más de una semana si se había tenido la fortuna de coger varios en el día.
* Hierbas silvestres: Tiene logica lo que se dice, que en tiempos de penurias se vive mejor en las zonas rurales que en las grandes urbes; en las primeras había más recursos que aprovechar para matar el hambre, y uno de ellos eran las hierbas silvestres que se comían o bien cocidas o bien en ensalada. La alta cocina y la investigación culinaria está rescatando muchas de ellas que durante décadas han estado consideradas tan solo malas hierbas: el mastuerzo, el diente de león o los berros de agua que crecían en los charcos son sólo algunas de ellas.
Lo de las cáscaras de naranja me ha recordado a mi abuela. Mi abuela Lola las tendía y las dejaba secar para venderlas, con ella se háce pólvora, creo recordar
Lola, no tenía ni idea. he buscado en google y leo que la utilizan para prender mejor la chimenea porque suelta chispas con el fuego (o algo semejante) y que además hace que huela muy bien. Tengo que investigar un poco más. ¿Por qué dejaremos perder tanta sabiduría cotidiana?
¡Muchas gracias por compartir el recuerdo, Lola!
Besos.
Acabo de leer un libro sobre la guerra civil española en que mencionan de pasada que por la radio (creo que de los republicanos) hablaba una mujer que daba recetas para los tiempos duros. Una de ellas era tortilla de patatas sin huevo y sin patatas, y la hacía con cáscara de naranja. No parecía muy apetecible, pero era lo que había.
1beso.
María, esperemos que esos malos tiempos nunca regresen. Hace tiempo leí “el viaje de las novias”, una novela (basada en parte en la vida de la abuela de la autora) sobre las mujeres australianas que durante la segunda guerra mundial se habían casado con soldados británicos; viajaban de un país más o menos potente a uno devastado por la guerra y durante el viaje en barco trataban de prepararlas para vivir sin lo básico en muchas ocasiones, cocinar sin carne, ni grasas, ni azúcar que era para ellas de lo más cotidiano, cocinar ahorrando carbón porque estaba racionado, etc…
¡Qué labor hicieron tantas mujeres para sacar adelante a sus familias con imaginación y sin a penas nada!!
Besos.
Por eso yo no estoy para nada de acuerdo con la afirmación popular de que la mujer es el sexo débil
Tampoco yo, lola, no estoy nada de acuerdo con esa frase. ¿Has leido “un sexo llamado débil”?
No, no lo he leído Marhya, ¿de quién es?
Es una novela de José Luis Martín Vigil y está escrita en los años ´60, yo lo leí hace tiempo en la biblioteca del instituto y hace un par de años me llevé una alegría al encontrarlo en una feria de libros de segunda mano, es una 8ª edición de 1968 así que me imagino que en su momento tuvo mucho éxito. Cuenta la vida de tres chicas que adolescentes que se hacen amigas en un colegio de monjas (una de ellas es becada y su familia hace muchos esfuerzos para sacar a sus hijos adelante, la otra es hija de un médico y la tercera es de clase social alta) y se van abriendo a la vida. En un tiempo en que las mujeres parece que eran no ya ciudadanas de segundda fila si no de decimoctava, las protagonistas demuestran que las mujeres no merecen ser llamadas el sexo débil.
Besos.
[…] otro día (aquí) en la entrada sobre cocina en tiempo de penurias, Lola comentaba que su abuela secaba las naranjas […]
Pues qué curioso, pero la cebada molida la ha comprado en alguna ocasión mi hermana para hacer café, ¡como producto ecológico!, así que de ser para pobres, a casi lo contrario.
¡Gracias por toda esta información!
Besos
Cristina
Cristina, mi madre también la compra para mezclar con la achicoria. ¡Las vueltas que da la vida! ¿Verdad?
Un beso.