Recuerdo; aquél verano (relato de cocina)

Publicado 9 agosto, 2014 por Marhya en Relatos de cocina / 6 Comments

Relatos de cocina

Lo primero que recuerdo de aquel verano es la sonrisa traviesa de Nico y el sabor acuoso de las sandías que robábamos cada tarde del huerto del tío Braulio. Recuerdo que se nos quedaba la barbilla pegajosa y chorreante, y luego nos zambullíamos sin ropa en la alberca de detrás del majuelo de mi abuelo Antonio, con el agua más caliente de lo que nos hubiera gustado. Recuerdo que abríamos las sandías a golpes con un pico que escondíamos en un pajar medio derruido, habitado por gatos con malas pulgas, en el que también escondíamos el tabaco que sólo un día nos atrevimos a fumar y una botella del licor de nueces de la abuela de Blas que guardábamos para un día especial.

Recuerdo que desayunábamos todos los días en el patio de mis abuelos, a mi hermano pequeño llorando porque no quería pan con aceite de oliva y azúcar, mientras mi prima Adela y yo nos peleábamos por la última rebanada. Solíamos desayunar en bañador y descalzos, en la radio sonaba música que nunca estuvo de moda y por eso hoy en día sigue sin estar demodé, y los hombres después de hartarse de huevos fritos y panceta crujiente echaban un chorrito de anís al café sin que a nadie le pareciera mal o algo extraño. Siempre había en la mesa una enorme jarra metálica de leche recién hervida, y una ensaladera amarilla y verde a rayas, un poco descascarillada en el borde, llena de trozos de fruta cubiertos con la nata aún caliente e hilos de miel dorada.

Recuerdo que me pasaba las mañanas en el patio de Nico, que tenía piscina (con el agua mucho más fresca que la de la alberca) y su nana vieja que iba vestida entera de negro hasta los pies y llevaba delantal y cofia blanca como en las películas, nos daba toda la limonada que nos apetecía y nos atiborraba de rosquillas fritas y pastas de mantequilla a las que siempre le quitábamos la guinda roja y seca que tenían en el centro. Hacíamos competiciones a ver quién salpicaba más al tirarse a la piscina, quién hacía más burbujas en el agua a pedos y quién aguantaba más tiempo buceando sin salir a la superficie; el que perdía tenía que pagar con alguna travesura, y así conseguimos robar el tabaco del señor Atilano, una botella de licor de nueces de la abuela de Blas, un camisón lleno de encajes de la Susi que nos llenó de pensamientos impuros y unos intentos de correazo del bruto de Don Senén cuando nos quisimos llevar el vino de misa, entre otros tesoros.

Recuerdo que hacíamos carreras en bici hasta más allá de la vaquería del Rufino y espiábamos desde detrás de unos matojos en el cerro a las chicas que se pasaban el día junto a la laguna, entre ellas mis primas mayores que tomaban el sol sin la parte de arriba del bikini, se pintaban las uñas de los pies de rojo y bebían ginebra con limón en vasos de plástico rosa. Siempre tenían música puesta a todo volumen pero según de dónde soplase el aire se las podía oír reírse a carcajadas, como si alguien acabase de contar el mejor de los chistes.

Recuerdo que casi todos los días llegaba tarde a comer y me tocaba sentarme entre mi hermano pequeño y mi tío Pablo, en una esquina de la mesa y con la pata de madera entre mis piernas. La abuela traía gigantes bandejas de comida que mi madre y mis tías repartían en los platos. Yo siempre intentaba escaquearme de la ensalada y repetir de lo que me gustaba; el pollo asado con su piel churruscadita y su salsa de color rojo pálido, las cremosas croquetas de jamón, las flores de calabacín frito que sólo se comían los domingos y nunca tocábamos a más de una por persona, las patatas rellenas de chorizo y aquellos rollitos de carne y queso con salsa que sólo mi tía Ana sabía hacer y cuya receta era un secreto más grande que el nombre del padre de la hija de la Susi, o eso decía ella a mi madre y mis otras tías partiéndose de la risa.

Recuerdo que mientras todos en casa se echaban la siesta yo me iba a casa de Nico y con los otros amigos nos íbamos a robar las sandías y a bañarnos en la alberca, y cazábamos ratones con tirachinas o nos tumbábamos al sol para secarnos y nos contábamos historias de miedo con el sonido de las cigarras.

Recuerdo que cada noche cenábamos en el patio de la abuela, los niños en una mesa coja que calzábamos con una cuña de madera y que solía estar puesta debajo del nogal, los mayores en otra más grande y larga, al otro lado del patio. Mis tíos encendían la parrilla (porque nadie la llamaba barbacoa por aquel entonces) y con el crepitar del fuego ya se nos hacía la boca agua. Se asaban chorizos de los que hacía la abuela, y chuletas de cerdo que luego bañábamos con una salsa con mucho ajo, salchichas blancas, chuletillas de cabrito y morcillas negras que picaban como demonios. A veces había truchas rellenas de jamón, sardinas o jureles y mis primas mayores y yo nos quejábamos porque no queríamos pescado, así que mientras nos caía alguna colleja por protestones, por consentidos o porque si, la abuela sacaba de la alacena queso curado o algún bote de mermelada casera y nos dejaba hacernos unos bocadillos.

Recuerdo que mis primas mayores se saltaban el postre para irse a arreglar y los demás nos peleábamos por el trozo más grande de tarta de merengue, de pastel de chocolate o de bizcocho de albaricoques. Era siempre ya noche cerrada, y aunque mi abuelo se iba enseguida a dormir alguien siempre encendía la radio; mi madre y mis tías se ponían a bailar, y mi padre y mis tíos fumaban y hablaban de futbol y de política apurando las botellas de licor de nueces o de naranja de la abuela, hasta que sus mujeres los hacían bailar, y al final siempre se animaban. Los demás podíamos jugar sin que nos riñeran siempre y cuando no fuese al balón ni hiciéramos llorar a nadie. Y así nos iba entrando el sueño y no recuerdo nunca haber llegado por mis propios pies a la cama, aunque si tengo en la memoria el olor a tabaco, licor y perfume de mi padre llevándome en brazos hasta la habitación, ayudándome a quitarme la ropa porque yo estaba más dormido que despierto y arropándome con mimo.

¿Cómo olvidarse de aquél verano?

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6 Responses to “Recuerdo; aquél verano (relato de cocina)”

  1. ¡Qué relato más bonito! Leerlo ha sido como estar viviéndolo y para mi, al menos, me ha recordado muchos recuerdos de veranos pasados :o)
    Pues ya sabes, a pensar en un libro de relatos cortos, que tienes un don Marhya.
    Besos y feliz domingo, y a seguir con las obras ;o)
    Palmira

  2. Lucero

    Precioso relato Marhya, nos describes todo con tanta claridad que parece estoy viéndolo y hasta disfrutándolo, a la vez que me vienen a la memoria tantos veranos pasados y esos olores y sabores que permanecen como si fueran ahora mismo. Yo tb. opino que sería estupendo que con esa buena vena literaria que tienes hicieras un libro a base de relatos cortos. Yo lo espero…Besos.